Por Fernando Hernández Gómez
fdohernandezg@hotmail.com
Tan sombrío como la inmensa nube negra que el miércoles 20
cubrió gran parte del cielo en el municipio de
Coatzacoalcos, Veracruz, tras la explosión en la planta de Clorados 3 del complejo petroquímico Pajaritos, es el panorama que se vive hoy en ese monstruo llamado Petróleos Mexicanos.
Lo ocurrido fue
la tragedia más grande de que se tenga memoria en el emporio petroquímico
conformado por los complejos Pajaritos,
Cangrejera y Morelos, construidos –el primero– a partir de finales de los sesenta
por petroleros mexicanos al servicio de Pemex y donde hoy muchas de sus
instalaciones son operadas por empresas privadas desde antes de la Reforma
Energética peñista.
Se
especula que la causa del siniestro fue la fuga no reparada en un ducto que
transportaba algún producto inflamable. Lo que haya sido puede atribuirse al
deterioro por nulo mantenimiento de instalaciones, falla humana por descuido o
impericia de algún trabajador adscrito a Pemex o al servicio de alguna empresa
privada, o a un sabotaje.
Podrá
argumentarse que los recortes
presupuestales a la paraestatal han impedido realizar los mantenimientos
oportunos y adecuados a equipos e instalaciones –aunque el siniestro ocurrió en
una planta operada por una empresa privada: Petroquímica
Mexicana de Vinilo, de la que son copropietarios Mexichem y Pemex–, pero el olor que más se percibe en todo esto es
el de la negligencia y la corrupción.
El
Presidente Enrique Peña Nieto ha
instruido se realicen los peritajes y se deslinden responsabilidades de lo que
provocó las tres explosiones que cobraron, por lo menos, 28 vidas y causaron
lesiones a 124; hay 15 personas –tal vez muchas más– desaparecidas.
Desde
diciembre de 2001 a la fecha han sucedido unos 15 percances con saldos
funestos: más de 150 decesos y más medio millar de lesionados. Y las pérdidas
económicas por lo que se siniestra o se deja de producir, así como por daños a
terceros, son milmillonarias.
No
ha habido un año en que no haya un percance grave: desde refinerías y
complejos, hasta la red de ductos y plataformas marinas. Ni sus oficinas son
seguras: en la explosión de la torre de Pemex, en el DF, el 31 de enero de 2013,
murieron 37 personas.
Los
lesionados –mutilados y quemados– de los siniestros petroleros se cuentan por
cientos. Apenas el 22 de diciembre, una explosión en un ducto que pasa por el
poblado C-33 de Cárdenas dejó 30 lesionados.
No
se sabe con exactitud si las “renuncias voluntarias” para adelgazar a Pemex o los drásticos recortes de personal en las compañías que le trabajan, dejaron
desprotegidas instalaciones petroleras donde se requiere la presencia
permanente de personal especializado que conoce el teje y maneje de toda esa maraña de tubos, fierros, tanques,
cables, válvulas, palancas, que habrían sido sustituidos por obreros generales.
En
mis 34 años de vida reporteril he visto un sinnúmero de accidentes en
instalaciones petroleras, viviendas destruidas y cuerpos sin vida o mutilados. Siempre
que sucede una tragedia, sale a flote la negligencia. Por eso a Pemex hay que
seguirle la pista de cerca. Lo de Pajaritos
es una llamada de atención. Y puede repetirse en cualquier momento o lugar.
Pemex es un polvorín.
DESTAPES A LA ORDEN DEL DÍA
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