Por Fernando Hernández Gómez
fdohernandezg@hotmail.com
¿En qué momento se descompusieron las
cosas en este país, que hoy en todo México campean la inseguridad, la impunidad,
la corrupción en las corporaciones policiacas, el temor ciudadano a ser víctima
de la delincuencia y la desconfianza en las autoridades?
¿Cuál es el origen de los problemas que
tienen que ver con delitos contra la integridad y patrimonio de las personas?
¿Qué hicimos mal como ciudadanos para merecer este clima de incertidumbre?
¿Cómo vamos a salir de esta crisis? ¿Cómo vamos a recobrar la tranquilidad y la
armonía en nuestra convivencia?
Hay un punto de partida que nos podría explicar por qué las cosas andan
tan mal, por qué cada vez estamos peor como sociedad, por qué no logramos
revertir este panorama que tanto nos agobia e irrita, dado que los incidentes
delictivos han tocado a nuestra puerta,
porque delincuentes han atacado a personas cercanas y porque como sociedad nos
sentimos agraviados.
¿Por qué tantos asaltos con violencia?
¿Por qué no podemos dormir tranquilos
pensando que seremos atacados en nuestra casa, que alguno de nuestros hijos
puede ser lastimado o que por la noche-madrugada desaparecerá el vehículo que
dejamos estacionado frente a nuestra vivienda?
¿Por qué tanto consumo de drogas y
alcohol entre nuestros jóvenes? ¿Por qué la descomposición social? ¿Dónde
quedaron los valores? ¿Por qué se desafía a la autoridad y se actúa al margen
del orden de cosas que nos impusimos?
Ese punto
de partida tiene que ver con la pérdida del respeto entre personas, del
respeto entre integrantes de una familia, del respeto a los derechos de los
demás y hasta del respeto a la vida… me atrevería a decir que extraviamos el temor a Dios; viciamos nuestra
existencia y perdimos el temor a faltar a sus mandamientos que prohíben todo eso que nos ha convertido en una
sociedad carente de valores; en una palabra: sacamos a Dios de nuestras vidas.
¿Qué hicimos mal como hijos, como
padres, como creyentes? Faltamos al Cuarto
Mandamiento, ése que establece: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se
prolonguen tus días sobre la tierra que Yahveh, tu Dios, te va a dar” (Éxodo, 20:12). Este precepto divino
sustenta el principio de autoridad y
es fuente del derecho civil.
Trataré de exponer, con unos apuntes de
teología en mano, lo que encierran estas veinticinco palabras del Cuarto Mandamiento del Decálogo. Después de tres preceptos que
tienen a Dios como objeto directo, éste es el primero de los siete restantes
que miran al hombre y se ocupa de un deber que a todos toca por igual: honrar a
nuestros progenitores.
El precepto no distingue entre padres
vivos o muertos, ni buenos o malos, ricos o pobres, ilustres o plebeyos, sabios
o ignorantes; todos por igual han de ser honrados.
Así como nos llama a honrar, el mismo mandato nos recompensa:
seremos honrados, llegado el momento
de procrear seremos retribuidos de la honra. Es algo bello porque honra a quien honra.
Honrar a los padres es
reconocer en ellos la autoridad que Dios les dio para que conduzcan nuestras
vidas por una senda de amor y de orden, que procure siempre hacer el bien,
tanto en el seno de la familia como de la sociedad.
Nuestros padres fueron investidos de una
autoridad moral para darnos amor e
imponernos una cultura de respeto. En
el camino, con el paso de los años, con la evolución de los métodos de
enseñanza, con la mala comprensión de esa palabra llamada libertad y de torcer el concepto derechos de la persona por una juventud que se cree más madura, más inteligente y más independiente,
no sólo se dejó de honrar a los
padres, sino que se les dejó de respetar. Muchos han llegado al extremo de
despreciarlos.
Ausente de nuestras vidas la honra a los padres, ¿por qué habremos de
respetar a los demás? Se extravío el respeto a los padres, a familiares en
línea ascendente, a maestros, a la misma autoridad de los hombres.
Sin respeto se perdió el orden,
entendido como la correcta relación que guardan entre sí todas las cosas como
realización del bien.
¿Quién no se emociona ver a grupos de
jóvenes lanzando al aire sus birretes
en sus fiestas de graduación? ¿Quién se alegra de ver a muchachos que
abandonaron la escuela para convertirse en asaltantes o secuestradores, o
imágenes de jovencitos mutilados o privados de su vida porque se enrolaron en grupos delictivos? ¿Quién
quiere ver a sus hijos presa de las drogas o tras las rejas? ¿Quién quiere a
sus hijos…?
Hay que recuperar esas creencias, esos
valores que aprendimos en el hogar y en nuestros templos. Aceptar que Dios es
la fuente de todo bien y de todo orden, y por tanto es origen de toda
autoridad.
La autoridad de los padres sobre los
hijos lo es, porque la han recibido de Dios; los hijos deben asumir que deben a
sus padres honor, sumisión, respeto y obediencia.
Desde la infancia debemos hacer valer
este precepto, estas enseñanzas, para que siendo jóvenes los hijos, actúen con sentido de responsabilidad, para que revistan
todos sus actos de humildad y espíritu de servicio.
Antes, muchísimos siglos antes que Benito Juárez proclamara que “el
respeto al derecho ajeno es la paz”, nació un hombre –Jesús– que instituyó un nuevo mandamiento:
“amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Nos enseñaron que si se cumplía este
mandamiento, el hombre jamás viviría en pecado, porque aquel hombre que ama a su prójimo y se ama a sí mismo, no robará, no matará, no
cometerá adulterio, no codiciará bienes ajenos.
Nadie puede decir que ama a Jesús si en su corazón anida odio,
rencor, deseo de venganza o de abusar de los demás.
Nadie puede decirse hijo de Dios, si está dedicado a robar; a causar daño, a defraudar
o simplemente a engañar a los demás.
Recuperemos eso; rescatemos el principio de autoridad en el hogar, una
autoridad basada en el amor. Si logramos ese orden jerárquico en casa, no sólo tendremos hijos nobles,
obedientes y serviciales, construiremos una sociedad más unida, más solidaria,
más justa y más fraterna.
Tal vez si lo hiciéramos posible no
necesitaríamos tantos policías ni cárceles. Amén.
AL
GRANO
APROVECHO ESTE espacio que me conceden Rumbo
Nuevo, Entresemana y Vertiente Global para desear que el 2017
sea pródigo en bendiciones para todos… Tomaremos unos días de descanso y, Dios
mediante, nos leemos a partir del 9 de enero. Gracias por su preferencia.